martes, 28 de octubre de 2008


Las palabras volaban guiadas por el viento otoñal. Las miradas se escondían unas de otras, avergonzadas de ser miradas. Los gestos bailaban al son de la música de la vida. El humo flotaba, y nuestros corazones latían al unísono.
El pasto bajo nuestros cuerpos recostados, acariciaba tu mejilla. Y la mía. Tu boca. Y la mía.
Fumas. Largo y hondo. Y me dan unas ganas descontroladas de ser humo. De ser ese pito en tu boca. Pero solo te miro. Tus ojos, tu cuello, tus manos.
¡Que maravillosa perfección!
El cielo rosado como tus mejillas, nos regala un segundo de ilusión. Varios minutos de olvido.
Y te encanta. Mueres por olvidar lo inolvidable y yo muero por no olvidarte jamás.
Bajo el cielo y sobre el pasto no tuvimos identidad. Eramos gente, solo gente.
Indiferente como nunca, tú gente, mirabas a la nada. Intentabas no mirarme.
Con eco en las pestañas, cerraste los ojos. Te imité
-Bienvenida tempestad- dijiste, y no entendí.
Tampoco me importó.
Octubre, 2008.-

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