domingo, 27 de abril de 2008


Con esa niebla se hacia toda una odisea poder mirar hacia fuera, pero me gustaba. Me gustaba ver la lluvia, sentir el café caliente entre mis guantes, la estufa casi pegada a mis piernas congeladas y mi cabeza en un nirvana de pensamientos.
Todo es perfecto.
En una de mis abstractas cavilaciones, recuerdo como el hombre que está junto a mí ahora, llegó a mi vida. Le tomo la mano y lo invito, telepáticamente, a revivir nuestra historia.
Mi padre enciende la radio. Con dificultad trata de sintonizar una emisora que cumpla con sus expectativas.
Silencioso pero orgulloso como siempre, se niega a pedirme ayuda.
Esa cabeza blanca, de frente generosa, y cejas escasas, se voltea para mirarme.
Lo miro con un dejo de burla. El se gira de nuevo en dirección a la radio y sigue su odisea.
¿Cómo un aparato, roñoso, y polvoriento podía ganarle a su alto coeficiente intelectual?
Se acomodó, adivinando que se quedaría ahí un buen rato.
Me doy vuelta y sigo mirando la lluvia, porque en el fondo sé como va a terminar ese asunto. El acabará diciendo:
- Hija, parece que esto está malo, ¿porque no lo vienes a ver?
Hasta que eso no suceda no despegaré la vista en ese hermoso árbol de lágrimas clandestinas.
Abril, 2008.-