sábado, 22 de noviembre de 2008


Dice mi nombre y cada letra que resbala por sus labios como mantequilla caliente, me ruboriza la piel.
Pronuncia cada vocal con tal magestuocidad qe no deja ver la infantil inseguridad que yo sé, lo paraliza. Él me bautizó, porque es solo él quien logra que mi nombre suene como angelicales violines sobre una nube de miel, con la gracia que lo hace pienso que no existe nada mejor y que mi nombre en bocas ajenas suena tan vulgar como las faldas de las promotoras del Jumbo.
Valentina...- dices, y tu piel crepuscularia se eriza al pasar la brisa invernal de la mañana.
Estiras sorpresivamente las manos y me acaricias la mejilla como aferrandote imaginariamente a ella. Tus ojos ya no parecen ojos, sino un grito desesperado de amor sincero.
Tu boca atormentada busca la mia con delicada suavidad y ya no estamos acá.
Tranquilo generoso amante de besos eternos, yo te regalaré mi mejilla para que la acaricies cuando quieras. Cuidaré tu gran corazon de petalos, con mi alma. Y dejaré la puerta abierta para que no tengas que golpear cuando necesite en mi cama un abrazo que queme la piel y un beso en las heridas.
Diciembre, 2008.-

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